El día de la marmota

Aún recuerdo las risas que nos echamos en el salón familiar viendo la película "Atrapado en el tiempo", en la que Bill Murray revivía una y otra vez el mismo día, resucitando incluso de una muerte segura. La cosa es que este mes de julio se ha caracterizado por integrar una sucesión de días tan similares entre sí, que podría decirse que era siempre el mismo y, al igual que le ocurría al protagonista del film, llegado cierto punto, el asunto ha dejado de tener su gracia.

El hecho de que tomase la decisión de ir al lejano oriente ha traído como consecuencia que el " aitatxo" de moda tenga que usar todos sus días de vacaciones en el cuidado de la fierecilla para cubrir mi ausencia; lo que, consecuentemente, nos  ha quitado de un plumazo la posibilidad de unas vacaciones conjuntas en familia. Así que ni corta ni perezosa y ya que quedaba por colocarse el último coletazo de la mudanza, decidí quedarme en Madrid y no huir al sur con los abuelos, tónica habitual de veranos pasados.

Era un plan sin fisuras: disfrutar a tope las tardes estivales, aprovechando la jornada intensiva de verano del único que no goza de calendario escolar en casa. Pero ya se sabe que "la vida es lo que sucede mientras hacemos planes" y julio  voló, con sus 31 días  al completo, en un  intento titánico de sobrevivir al calor, al asfalto y al reloj, que nunca daba la hora en la que la jornada laboral del padre de familia finiquitase. Y es que ésta más que intensiva ha sido intensa, no habiendo diferencia alguna entre el horario de verano con el del resto del año. Bueno sí, una, que yo no trabajo y estoy 24h de madre a domicilio, no habiendo cambio alguno de rutina entre los 5 días de entresemana, más allá de que el lunes no es buen día para comprar pescado fresco.

¡Gracias, mami, no sólo por no perder la cabeza después de dedicarnos tantos días, meses y años (de la marmota), sino por criarnos con tanta lucidez, cariño y paciencia
!¡Te quiero y admiro!

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